jueves, 18 de septiembre de 2008

Paro, aborto, eutanasia, Guerra Civil y crisis

Todo esto es lo que nos trae ZP II, el hombre del talante y del diálogo, en esta nueva legislatura que acaba de empezar. En ningún otro país de la Europa Occidental podríamos encontrar a un presidente del Gobierno más sectario, más radical y que se dedique con tanto denuedo a insultar a la oposición y a provocar y despreciar tanto a la mitad de los ciudadanos que no piensan como él.

En ese tono solemne, susurrante y dulzón que emplea cuando se pone estupendo aseguraba Zapatero que no podía entender cómo alguien podía oponerse a recuperar los restos de las víctimas de la Guerra Civil. ¿Cuáles, los de un solo lado? ¿Y los de los religiosos asesinados a miles del 30 al 36, no cuentan? ¿Qué es lo que no puede entender ZP, que los españoles queramos mantener el espíritu de la Transición y la reconciliación definitiva de las dos Españas?

Tampoco puede entender Zapatero que sus brillantes iniciativas para ampliar el aborto, cuando España ya es una especie de paraíso para esta práctica y vienen a hacerlo aquí hasta de Dinamarca, o para facilitar el suicidio, no sean aceptados con entusiasmo por todos los ciudadanos y llama hipócritas a los que no comparten sus críticas.

Y lo dice nada menos que el presidente del Gobierno que más ha engañado a todos los españoles. ¿Recuerdan el cartel electoral de hace seis meses? “Por el pleno empleo, motivos para creer”. ¿O el laberinto sobre la financiación autonómica en el que nos ha metido el hombre de la nueva España? ¿O la legalización de la mitad de las listas de ANV, brazo político de ETA, dentro del “más estricto cumplimiento de la ley”, que acaba de derogar el Supremo? ¿Y los datos y pronósticos sobre el crecimiento económico, el paro o la crisis?

Y es que, por una parte, lo que no puede entender Zapatero es que hay gente, mucha, que no comparta sus ideas, lo que ya es un preocupante síntoma de por sí, de “calidad” democrática y no le acompañe en esa idea destructiva de los principios y valores de una sociedad, y de otra, de lo que se trata también ahora es de recuperar la memoria histórica para olvidar el paro, el que ya tenemos, con la tasa más alta de Europa y el que viene, que nos puede situar en las cifras que nos dejó Solbes en el 96, esto es, en el 22 por ciento.

Porque no parece que un Gobierno que hasta ahora se ha empeñado en negar la crisis, o sea, en reconocer el diagnóstico de la enfermedad, acierte con los remedios que no llegan o resultan equivocados. Porque el gasto público no puede crecer más que la economía, ni el déficit exterior situarse en un 10 por ciento y el aumento del coste de la vida muy por encima de la media europea, porque esto afecta gravísimamente a la financiación y competitividad de las empresas, que son, en definitiva, las que crean el empleo y reclaman urgentes rebajas fiscales.

Vienen ahora aquí a mi memoria esos 400 euros electorales que más de seis millones de españoles, los que menos ganan, no han percibido, y esa vibrante alocución final en uno de sus últimos discursos electorales del entonces candidato a presidente del Gobierno. Decía entonces que no le parecía elegante sembrar sombras de duda, sobre el contagioso optimismo que quería trasladar a todo el electorado.

Antipatriota, era cuestionar la economía de Champions y un superávit del 3 por ciento que, por cierto, en tan sólo seis meses se ha evaporado y transformado en déficit. Muchos le creyeron y le votaron, ampliaron o empezaron un negocio, firmaron una hipoteca y compraron un piso. ¡Consumieron! Como les pedía el campeón del optimismo. Es el mismo que ahora descubre que la culpa de la crisis es de los Estados Unidos y de las hipotecas subprime. Por tanto, nada se puede hacer, simplemente confiar en su sonrisa, en el talante, de esa especie de supremo hacedor, nuevo guía espiritual de Occidente, en la alianza de civilizaciones.

No importa que haya medio millón más de parados que hace un año, que las cuentas públicas sean un agujero, que los bancos no dejen dinero, que las familias no lleguen a fin de mes, que los ayuntamientos estén en quiebra o las comunidades autónomas compitiendo en gastar. Todo aquel que ose discrepar del discurso oficial del optimismo será arrojado sin contemplaciones al pozo de los crispadores.