miércoles, 12 de diciembre de 2012

El pacto separatista

Entre todas las opciones que CiU tenía para gobernar, ha elegido la peor. Esta legislatura, que se presume tanto o más breve que la anterior, no tiene otro objetivo que la independencia de Catalunya, o sea, la ruptura con España, y todo lo demás, los problemas reales de los ciudadanos, no le importan a un Govern entregado a ERC, que le ha puesto un precio a su apoyo: el referéndum ilegal para el 11 de septiembre de 2014, ilegal porque para que fuera legal tendría que celebrarse en toda España, previa reforma de la Constitución a través de los procedimientos legales y mayorías cualificadas establecidas para reformarla.

Esta es la situación. CiU ha cometido el mayor error de su historia y lo pagará muy caro, en términos electorales porque los proyectos radicales refuerzan a los más radicales, como se acaba de ver, y en términos de responsabilidad y credibilidad. Podía haber continuado gobernando, tenía apoyos suficientes, y asumir los esfuerzos que se necesitan para reducir el déficit, que son los que exige Bruselas para que lleguen las ayudas necesarias para superar la crisis. Pero el señor Mas le ha dado la espalda a esa responsabilidad y nadie puede creer que un socio que ha sido protagonista y cómplice en la desastrosa gestión económica de dos tripartitos, le va a aportar las ayudas necesarias para una gobernabilidad responsable.

Al contrario. Pero ya hablamos de que la obsesión republicana ha sido desde hace siglos la independencia al precio y coste que sea, y que los catalanes, como somos muy buenas personas, no necesitaremos ni a la OTAN ni al Ejército, podremos permanecer en la Unión Europea y nuestros payeses percibir la PAC, que el resto de españoles, que también son muy buena gente, nos seguirán comprando, aunque nosotros solo consumamos productos catalanes y que en una Catalunya independiente no habrá paro ni corrupción, ni desahucios ni huelgas, y todos seríamos más felices.

Lo más sorprendente es que quien hasta el 11 de septiembre declaraba reiteradamente que en Catalunya no existía el clima y los apoyos suficientes para la secesión, como lo estaban señalando las consultas clandestinas, en Lleida un 8%de los votos, de golpe y sopetón, después de la manifestación que no supo leer, convocara unas elecciones en pos de una mayoría excepcional e indestructible, conceptos de dudosa legitimidad democrática, con unos resultados que tampoco el señor Mas ha sabido interpretar y que en cualquier otro país le hubiera llevado a la dimisión.

Asegura ahora el señor Mas que ya tiene la foto real del país, que desde luego no puede estar más lejos de sus ambiciosos sueños. Porque el voto independentista sin tapujos es el de ERC, que, con 21 diputados, no supera sus mejores resultados, mientras que CiU obtiene los peores y la suma de ambos está lejos de los resultados obtenidos en el 95, o sea, que el binomio ERC-CiU está estancado y a la baja.

Por otra parte, no todo el voto de CiU tiene la misma intencionalidad, porque hay quien lo utiliza instrumentalmente para conseguir ventajas económicas, otros optan por el pacto fiscal y muchos no acaban de creer que CiU quiera realmente romper con España. Cuando se utilizan tantos eufemismos, desde el soberanismo hasta el derecho a decidir, aunque se pretenda encubrir el objetivo real, la interpretación del voto puede inducir a la confusión y, desde luego, no cabe duda de que a los 60 de CiU habría que restar los 12 de Unió, que no están por la independencia.

Nos quedamos pues en 48 más 21, igual a 69 diputados, representativos de la causa soberana independentista, a los que cabría sumar los 3 de la CUP. A la hora de seguir ampliando esa opción, conviene aclarar que no se puede sumar caballos con perdices. Es decir, es arriesgado pensar que los 13 de IC, que apoyan el referéndum legal, quieran la independencia. En el otro lado están Els Altres, los 21 diputados del PP, que hoy por hoy representan el único proyecto estable que garantiza la cohesión nacional, los 9 de Ciutadans y los 20 del PSC, que representan un voto desorientado y difícil de clasificar, al parecer ahora federalista, pero que no es separatista. O sea, la foto de un Parlament fragmentado como nunca aparece prácticamente dividido en dos mitades. Y no se puede decir que no se hayan utilizado todos los medios para influir en la voluntad popular. Desde los de comunicación privados y públicos, manipulados hasta el bochorno, hasta la estigmatización del enemigo exterior, que tiene ya un nuevo chivo expiatorio, el ministro Wert, que pretende tan solo que el castellano pueda ser elegido libremente en las escuelas concertadas y que tenga el mismo rango que el otro idioma oficial, el catalán, como ocurre en todo el mundo. Y la llamada al desacato a lo que es tan solo un proyecto de ley, es profundamente antidemocrática y preludio de lo que se ve venir.

Pero quizás el argumento más eficaz, aunque no puede ser más falso, es el de que “España nos roba”. Cuando un Govern tiene que aplicar recortes como consecuencia de la herencia recibida y utiliza cortinas de humo para taparlos, la solidaridad, un concepto tan hermoso como fútil, sobre todo en épocas de crisis y para los nacionalistas, se evapora. Pero es un grave error incluso en términos meramente económicos, porque de la misma forma que las partes más ricas de Europa necesitan a las que lo son menos porque son parte de su mercado, y Alemania necesita a España, la idea de que Catalunya no necesita a España es una solemne utopía. Tanto como la contraria. En definitiva, como tantos catalanes, me niego a creer que no haya otra solución que la ruptura, que es la peor para todos.

José Ignacio Llorens Torres
Diputado al Congreso Del PP por Lleida y
Presidente de la Comisión de Agricultura

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